EPICUREISMO:
Epicuro fue uno
de los grandes filósofos de la antigüedad, aunque sus ideas fueron poco o mal
comprendidas fuera de su círculo de discípulos. El epicureísmo tuvo uno de sus
más ilustres representantes en Lucrecio, autor del poema filosófico De rerum
natura. El epicureísmo alcanzó su máxima difusión durante los primeros siglos
del cristianismo, atrayendo enormemente a pensadores como San Agustín. Después
fue cayendo paulatinamente en el olvido, rodeado de malentendidos. Sólo en el
s. XVII se volverían a poner de moda algunas de sus ideas, a través de Pedro
Gassendi (1592-1655).
El epicureísmo tenía una
finalidad claramente práctica: los epicúreos entendían la filosofía como una
medicina del alma. La filosofía no se estudiaba para adquirir cultura, sino
para ser feliz.
Epicuro admite la existencia
de los dioses; los considera seres inmortales y antropomorfos, que viven en los
espacios intermundanos, felices y sin intervenir para nada en la marcha del
mundo. Para Epicuro, blasfemar no es negar que los dioses existan, sino aceptar
los caracteres que la gente común les atribuye.
Todas las teorías de Epicuro
tienen una intención ética. Intentaba eliminar los mitos y las supersticiones
para conseguir que los hombres pudieran vivir felices y sin miedo. Por eso
polemizó contra la religión popular y la teología astral de Platón. Negaba que
la Naturaleza tuviese carácter «divino» o que hubiera sido creada por los
dioses para provecho del ser humano. No creía que los dioses pudieran
intervenir en los acontecimientos naturales. Consideraba que los fenómenos de
la naturaleza podían ser explicados por causas naturales, más verosímiles y
aceptables que los mitos. Afirmó que los dioses no tienen por qué inspirar
miedo: «es absurdo pensar que seres tan perfectos y felices puedan experimentar
sentimientos de ira o venganza. Y nada hay detrás de la muerte: el alma se
disipa con el cuerpo y no debe sentirse amenazada por los horrores de
ultratumba».
Epicuro sólo considera
reales las cosas que pueden ser captadas por los sentidos, única forma válida
de conocimiento. Se hicieron famosos sus tres criterios de verdad: sensación,
anticipación y afección.
No temía a la muerte ni
vivía angustiado pensando en el final de la vida. Creía que los dioses no
intervienen para nada en la vida de los hombres y que por esa razón era absurdo
pensar en la posibilidad de un castigo presente o futuro, resultado de la cólera
divina. Los placeres naturales, que eran lo importante para él, eran fáciles de
conseguir y también el dolor podía ser vencido con la actitud adecuada. Un
ideal de vida así resultaba especialmente atractivo en una época de terrores e
histerias colectivas como la de Epicuro.
FORMA DE VIDA:
Aunque el placer es un bien
y el dolor un mal, no es inteligente elegir siempre el placer y rechazar
siempre el dolor: debemos rechazar los placeres a los que les siguen
sufrimientos mayores y aceptar dolores cuando se siguen de ello placeres
mayores. Antes de obrar hay que pesar cuidadosamente el placer o el dolor que
se seguirá de ello y establecer un balance placer-dolor. No hay que renunciar a
los placeres corporales sino ordenarlos y administrarlos de cara al bienestar
físico y espiritual. La razón representa un papel decisivo en lo que respecta a
nuestra felicidad: nos permite alcanzar el estado de total sosiego (ataraxia),
de absoluta imperturbabilidad ante todo (Epicuro lo compara con el total reposo
del mar cuando ningún viento mueve su superficie) y nos da libertad ante las
pasiones, los afectos y los apetitos. El sabio alcanza la vida buena y feliz
gracias a esta autonomía frente al dolor y los bienes exteriores, a los amigos
con los que convive y a su aislamiento respecto de lo social.
Finalmente, aunque la teoría
de la virtud no tiene en esta escuela la importancia que le da el estoicismo,
también encontramos en Epicuro una concepción y clasificación de las virtudes,
aunque siempre subordinadas al fin último que es el placer. La virtud es
necesaria para la felicidad, pero, según su filosofía, no hay que buscarla por
ella misma sino porque en su realización se halla presente el placer.




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